martes, 4 de febrero de 2014

Días

Tengo una apatía instalada en el pecho, un precipicio repleto de mariposas suicidas, en términos naturales, en términos de tu sonrisa, un vacío. El día me planifica las horas, lleno mi tiempo de responsabilidades, de proyectos, de trabajos, de rutina, pero en ningún renglón está escrito el escucharme. No me oigo desde hace cientos de verbos, y me siento a hablarme. Pero no me llego. Estoy demasiado lejos de todo aquello en lo que creo.

Vivir por inercia no es vivir, es vivir por el simple hecho de estar vivos. No quiero esa vida. A veces recuerdo a Pizarnik, otras me acuerdo de ti.

Pienso en leer, cojo libros y no hay ni un solo título que se lleve a mis ojos de paseo por cualquier historia, cualquier escenario de amor o desamor, una frase que hable de Madrid o de París, que exprese el tiempo que hace o de hace cuánto tiempo que no me contemplo en un espejo. (A veces creo que dejarse llevar es tan simple como permitir que te cojan de la mano, asumiendo la pérdida, el descuelgue del corazón, hablando en yemas, cuando decide acariciar otra boca que no es la tuya.)

Perdona, siento si me pierdo, pero es que no me encuentro.

Toco páginas, ojeo capítulos y lo vuelvo a colocar en el sitio donde mejor puede estar, sin mí. Tengo tiempo para mi yo de mañana, pero ahora no puedo hablarme, es más importante aquello que no existe: el futuro. Mis manos rellenan papeles de fórmulas, de conceptos que algún día tendré que recordar para llamar la atención de alguien que reclama unas capacidades que hoy alimento a base de lo de siempre, tiempo, y constancia, pero nadie va a venir hoy a hablarme sobre las calles, o el frío, o algo tan insignificante como la vida.

Nadie tiene tiempo para preguntarse hoy porque mañana tiene algo muy importante que hacer.

-¿Qué estás pensando?- me dice alguien que no tiene voz.
-¿Y tú? Yo estoy pensando en vivir. Me. Pero no tengo tiempo, lo siento.

-Entonces... Lo siento yo.