martes, 14 de junio de 2016

Palabras

Hoy he hablado de las palabras con las palabras que otros han puesto al alcance para expresarnos. Ayer busqué el significado de humildad y después el de egoísta. De la primera palabra salí, en la segunda me quedé pensativa. Vivo allí. Allí donde miras y ves lo que has sido, de allí me he ido. No digo ese allí. Hablo de allí a lo lejos, de lo que contemplas mientras otros amablemente lo acercan. Hoy me ha pasado eso, al mismo tiempo he vuelto a creer en eso de crear con el pensamiento. He creído invitar a Tamara a encontrar su palabra, pero realmente me lo estaba ofreciendo ella. 'Si tuvieras que definirte en una palabra que no existe, ¿cuál sería?' Mi respuesta ha sido: ninguna. Un silencio, aquello que no es palabra sino lugar donde quedarse quieto. Un infinito espacio, no un espacio infinito en el tiempo. Lo infinito me inspira pereza, necesito contemplar la meta para decidir cuándo llegar. Hoy también he sido egoísta y no me he dado cuenta. También he caído en la cuenta de que existen dos tipos de personas: aquellas que te acercan a ti mismo y las que te alejan. Después me he vuelto a levantar. Cuando miro hacia atrás lo hago nunca desde arriba, nadie me puso en aquel lugar. Después miro a lo que viene y lo que vendrá, y entonces entiendo que existen tantos tipos de personas como personas vivan su vida por tu vida, su vida en tu vida: el ser amable y educado, el políticamente correcto pero alocado, el ser egoísta por naturaleza y el naturalmente ser humano que ni tanto ni tan poco, ni una cosa ni la otra, pero en la nada cabe todo. Hoy he pensado en las palabras, en la perspectiva, en la actitud y en la enfermedad hasta que la mala suerte nos separe. Dualidad.

Lo confieso, a veces me da por pensar en la muerte para sentirme viva.


A ratos soy eso, tan sólo palabras.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Porque existes

Vamos a hacer algo grande pero no vamos a dejar rastro. 
Concéntrate después de esto durante unos segundos, luego volvamos a la rutina. Mírame fijamente a los ojos que no te vieron antes de que te dejaras ver. Préstame atención sólo los años bisiestos, el resto podemos hablarlo para dejar que se enfríe el café. Tengo algo que decirte y algún miércoles cualquiera se me escaparan las palabras que nunca me atrevo a. Tener miedo a pronunciar los verbos para evitar finales hace que nunca sepas cuándo comienzan los principios. Seguramente terminen cuando los pierdas todos por un mal amor, porque también existen los malos amores y no sólo el mal que provocan las enfermedades. Estoy enferma, estuve y creo recordar que tú también. Estoy hablando del verbo, lo estoy haciendo. Te juro que a nadie le he escrito una carta que todavía no he empezado, mi ele. Jamás me tatuaré tu nombre porque te sé de memoria hasta olvidarte. Podrás ser lo que quieras ser, no eres de aquí, tu piel te delata. Déjame decirte que cada vez que te recorren escalofríos justo antes de dormir, nada tiene que ver la sensibilidad humana. Es que te juro que no eres de aquí y tu existencia reacciona ante lo extraño. Ya te he visto antes y no quiero saber con qué mano te acariciaba mientras su gemela te hacia inmortal.
¿Sabes? He visto llorar a mi hermana, y te lo cuento justo ahora porque quizá no te interese esta parte aunque estaba hablando de ti. Me gusta que no entiendas lo que quiero decir hasta el punto de creer que no tengo nada que decirte. Vivo en los silencios. Te estoy escribiendo esto dentro de mí, no quiero escuchar al resto. Estoy a solas conmigo y parece que te estoy viendo. Justo ahora te estás riendo y he pensado en quien estuvo en mi lugar antes. Lloro. Me corto un dedo y recuerdo a Elena en aquel texto porque también ha visto hacerlo. ¿Qué te han hecho? ¿Desde hace cuánto no respiras? Me encantaría reencontrarte, pero tengo miedo a olvidarme y mi cabeza es un objeto punzante. No sé pensar y cada vez que lo intento hago cosas para que pase el tiempo tan rápido como se pasa el invierno. Se me ha quedado frío el ayer. Me gustan los días de abril, sobre todo cuando no te espero. Vengo de donde crees que me he ido, pero he vuelto sin sensaciones, tengo un sentimiento en la punta de los dedos y necesito escribir esto, por eso lo estoy haciendo. ¿Nos querríamos igual si estuviésemos en otros cuerpos? En mi mente hay espacio para cien infiernos, pero he conocido la paz de tu cielo y ahora me da pereza el resto. Hoy he pensado en tu existencia, en todo lo relativo a lo tuyo, y necesito que me recuerdes por qué estamos haciendo esto. Por favor, no me malinterpretes, me apeteces, y tú te preguntarás si no es suficiente la respuesta: porque la vida. Porque existes, porque todo lo que tiene que ver contigo existe, porque dejas a tu paso existencia, porque vives y convives con los humanos, sobreviviendo así al peso de la desidia, y todo lo que sale de ti huele a viento. Y sobrevives a todo esto y a lo que has vivido, y entonces yo me pregunto el por qué necesito que me recuerdes que sigues viva, que todavía tiene que ver contigo lo que existe. Por qué no dejo de pensar que si vivieras en otros cuerpos y yo viviera en otras mentes, que si viviera, que si todavía existiese la mínima posibilidad de que tú existieras, si realmente te querría igual que como no te quiero ahora por miedo a que no me quieras. Te estoy mintiendo y lo siento dentro, pero si me desvivo delante de todo esto voy a salir ardiendo. Necesito -y me preocupa no saber si realmente- que estés, que existas, que vivas conmigo, que sonrías, que te descuides, que te olvides, que se te escapen los suspiros, que sobrevivas a todo esto que todavía parece ser insuficiente, aunque no estoy segura de saber si tú vivieras en otros cuerpos y yo en otras mentes, si nos querríamos como lo hacemos ahora, como no lo hemos hecho nunca antes, ni siquiera con todo lo nuestro, ni siquiera con lo que hemos dejado a nuestro paso, que parece poco, pero ya son años. Si realmente cuando te leo a ti, en otro cuerpo, en otra mente, dedicando palabras que a mí me hacen pensar que en su día todavía estabas viva a otro cuerpo, a otra mente, me pregunto, si realmente aquel dios al que rezabas cada mañana al despertarte supo saber de tu existencia como tú te desviviste por la suya. Si supo conocer la indiferencia con la que mirabas al mundo por existir ella, me pregunto si realmente ella fue la causa de tu muerte o tú naciste así: 
viva para algunos, pero inerte para siempre. 

Es una suerte. 
Es una suerte que ni siquiera te des cuenta de lo que haces. Es una suerte que creas que exagero, que maquillo con palabras, que magnifico los extremos, que se te pase por la cabeza el pensamiento de que sin embargo, a pesar de la muerte, la vida, es una suerte.


Alejandra Saiz.

miércoles, 2 de marzo de 2016

De habérmelo pedido

Hay alguien aquí en tu sitio,
puedo verle desde el mío.
Nunca te quise lo mismo que a nadie
a quien ya he vivido.

Me hubiera perdonado de haber fallado,
pero siempre pensé que dar contigo
era la clave de cualquier acertijo.
Hay que mirar desde dentro para decir:
"sácame del laberinto".

No te preocupes por mí,
alguien hizo que no te quisiera
lo mismo
                                 El dolor es menos dolor compartido
No llores,
nunca te he visto hacerlo por alguien
que no se ha ido.

Te quiero creer,
pero enseguida confío en lo opuesto
porque siempre aparece justo
en el mísero instante
en que miro.
No sé de qué estás hecha
pero sabes a sangre
y nunca te he visto dolerte por nadie.

Sigue estando ocupado el lugar
donde deberíamos ser,
ahora he olvidado mi nombre;
ya no puedo llamarte.
Veo todo desde donde vivo,
veo el mar
y los hijos que hubiera tenido
contigo
                                "De habérmelo pedido"

Te quiero creer,
y sin verbos te quiero,
pero siempre viene un pero
a llevarse lo vivido.
De haberlo sabido,
hubiera pasado por alto el ayer
y me hubiera quedado conmigo.
Queda alguien aquí en tu sitio,
pero no te veo cuando miro.



miércoles, 3 de febrero de 2016

Yo tampoco, pero

No, yo tampoco he vuelto a querer como con quince. Ese amor desvergonzado donde lo más lejos que viajabas era al portal de su casa. Nada importaba, era su casa.
No he vuelto a querer como lo hice. 

¿Qué me hiciste que no he vuelto a ser la misma? Devuélveme, tengo que continuar en la vida.
No sé qué me pasó con el resto, pero tardé un año y medio en olvidarte y todavía guardo en la memoria algunos de tus detalles. No sé en qué momento ignoré volver a querer como lo hacía, como lo hice cuando todavía no te había conocido. Ahora sé que no fuiste tú quien me olvidó, que he sido yo la que se ha negado a sí misma. Mentalmente vivo en una realidad paralela donde paso por tu calle y no es tu calle la que hace esquina, tu casa no es tu casa sino un cementerio sin dioses. Donde estaba tu cama ahora se celebra un funeral. 
Sigo caminando, entro en lo que podría ser tu daño. En las paredes hay señales que no llevan a ninguna parte, y es la última vez que pienso en ti. Te lo advierto. Mentalmente sigues aquí. A veces te cuelas dentro de mis canales y provocas sinapsis del color de tu pelo. Recuerdo su forma, eso no he podido olvidarlo, era el patrón de un barco recién desbocado. Hoy todavía me gusta el perfil hecho pantera, pero físicamente ya casi ni te veo. Cuando rozo todo mi cuerpo buscando la salida ya nunca intuyo tu sonrisa. Has desaparecido por completo, por eso he vuelto a tocar otros restos. Físicamente no te quiero, sigues siendo preciosa, eso tienes que saberlo, pero químicamente no formamos parte del quinto elemento. Te quiero, pero no he sabido volver a hacerlo. Me siguen persiguiendo tus fantasmas y los relojes me recuerdan al menos una vez cada tres meses cuándo terminó el principio. Fuiste un ciclo concebido con premeditación y alevosía, encajaste como un fin de semana de tres días, pero numéricamente no somos reales. No supimos salir enteras de todo esto. Te quiero, pero sería irracional echar raíces en suelo seco. Naturalmente, estoy hablando de cualquiera porque ni siquiera soy yo la que escribe todo esto. Yo ya no soy desde hace tiempo. El otro día me miré a un espejo y vi un cuervo encima de una rama, señalaba el árbol que prometimos ver crecer. Entendí todo en ese momento, nunca nos pusimos dos semillas en la mano, y de las palabras no crecen flores, créeme. Te quiero por extensión de mí misma, de la vida que he tenido y no he sabido vivir. No te dejes llevar por lo que digo, hace tiempo que no escribo por miedo a que vuelva a suceder lo mismo.

No, yo tampoco he vuelto a querer como con veinte. Ese amor más sano donde lo más lejos que viajabas era a su lado. Nada importaba, era nuestra casa.
No he vuelto a querer como lo hice. 

¿Qué me hiciste que no he vuelto a ser la misma? Devuélveme, hazme saber cuántas náuseas te provoco por minuto. Te seguiría recogiendo el pelo, pero ya no te quiero. El último adiós fue el más duro, todavía no ha llegado. Estás bien, lo sé, yo no me he vuelto a querer como lo hacías. Todo esto fue de todos menos nuestro, deja de crearme. Te dije que no porque ya lo sabías y una herida supura mejor con mentiras. De verdad, lo siento, de corazón que perdí a los quince. Fue bonito mientras murió lo nuestro. Recuerdo vagamente la última vez que me despedí de tu cuerpo, hoy sigo mirando un cuadro de un océano repleto de tiburones muertos. Nunca estuve más triste que con veinte y sin corazón, pero me pareciste invencible, has de saberlo. Un Berlín no se tumba con dos guerras, pero tuve que volver a mis Américas. Perdóname, yo todavía no he podido hacerlo, no sé por dónde coger lo que no tengo. Te quiero como seguramente ya lo hace el resto, fue inevitable no salir ileso.

No, yo tampoco he vuelto a preguntarme por qué no volví a saber decir te quiero.
Sigo en tratamiento. Cada día soy un poco menos yo y a mis veintitrés aún no sé quién soy, aun así, sé de dónde vengo. No es mucho, pero podemos empezar por esto: se han llevado tus 'mi amor', sin embargo, te has quedado con mi vida.

Estoy perdida, pero sin duda he ganado yo.

viernes, 9 de octubre de 2015

Por si esta fuera mi última carta

Me gustaría decirte ahora, desde donde vivo, que es la primera vez que estoy en paz con el mundo porque es la primera vez que he dejado de estar en guerra conmigo. Ya no tengo nada que perder, hace tiempo que me he ido.

Siempre hablé desde el otro lado de la muralla, hice recovecos para mirarte de reojo a través de las grietas y tú, robando las ganas al mundo a punta de pistola, besaste mis cimientos hasta deshacerlos, traspasaste mi Berlín y descubriste mis Americas.
Te quise con los pies en la Tierra y las manos a tientas, te amé con la cabeza en las nubes y el corazón en tu boca. Mordías, pero nunca dolió tanto como el adiós. No he venido a recordar el dolor, ni tu belleza, Andrés siempre lo supo hacer mejor que yo, por si esta fuera mi última carta:

     Me gustaría decirte que lo siento, siento desazón en las entrañas, un vacío en el pecho, el nudo en             la garganta donde te columpiabas, un disparo en la sien, una parada cardíaca. Siento a la vez cómo te amo con todo mi cuerpo, de saber quién soy nunca estaría si no es contigo. Te amo ahora, desde donde vivo, con toda la angustia de besar cada noche a la certeza de no tenerte conmigo.
     Quiero decirte que desde que ya no muero por nadie, vivo menos cada segundo. Nunca te lo dije, pero me entretuve mirando al futuro mientras mi presente se ponía cada día aquel vestido azul del concierto, cómo me hubiera gustado besarte con aquella canción de fondo, ésa que habla de la vida como si hubiera visto reírte.

     Supongo que escribo esto por si esta fuera mi última carta, para decirte todo lo que ya te dije con la mirada y nunca supe hacerlo con las palabras. Lo cierto es que te quiero. Te quiero como seguramente no sepa hacerlo nadie, porque nadie es tan desastre como el mío. Te quiero con todos los poros de mi cuerpo, con cada centímetro de la piel que queda impregnada de ti. Te quiero como ahora tú seguramente querrás a otras, con la misma calma, con la misma saliva que me atraganta. Te quiero a pulmón abierto, con los ojos cerrados, como se ama la primera vez que te roban un beso. Te quiero, ahora que me haces perder el tiempo mirando una pantalla, imaginando que algo cambia en esa conversación donde ya nadie dice nada. He visto más de cien veces cómo desaparecía la única luz que iluminaba nuestros restos. Pero no he venido a contarte esto, por si esta fuera mi última carta:

         Me gustaría decirte que ahora, desde donde vivo, no veo razones, ni quedan motivos para salir a buscar a alguien que todavía no se ha ido. Te has quedado conmigo, ahora estás sonriéndome, vuelvo a ver tu rostro, ya no hay rastro de aquella huida. Desde aquí, desde donde vivo, suena cada mañana el vinilo de una despedida.

No hay tanto espacio para tanto olvido.


Te he querido.
Te he amado con desesperación cuando estaba contigo.
Ahora, desde aquí, desde donde vivo, me quiero desvanecer con un adiós sin hasta pronto, me quiero diluir entre tu recuerdo, quiero despertar y no volver a dormir nunca sobre un sueño.

Te quiero.
Te amo con desesperación ahora que no estoy conmigo.

Nunca sabré explicarte lo que hacías con mi vida.

                                                                       Amé como ama el animal a su dueño;
                                                                       hasta el final. Incondicionalmente.


29 de abril de 2015.

sábado, 13 de junio de 2015

El día que decidí cambiar de vida

El día que supe que no era yo quien reía, entendí que estaba dejando pasar de largo la vida. Todavía no había terminado esa dichosa carrera, Ingeniería Informática, me quedaban 3 asignaturas y el proyecto. 
¿Por qué me metería aquí?, -me volví a decir.

Cuando tienes diecisiete años, te invade un espíritu que jamás vuelve, y tu cuerpo segrega las sustancias necesarias que ayudan a la incertidumbre a decantarse por un futuro inexistente. A los diecisiete, tan frágil y tan invencible, entregas la fianza a tu vida. Qué inocentes podemos llegar a ser los seres humanos y qué perdidos llegamos a estar cuando no sabemos ni siquiera el lugar donde buscarnos. 

Cómo saberme mía si todavía tengo el alma intacta,
cómo saber querer si todavía no me he odiado,
dime cómo se hace eso de vivir
si mi vida acaba de empezar,
cuéntame el final
y acabamos antes.

Siempre había soñado con nadar al lado de un inmenso tiburón blanco, no hay nada que me transmita tanta paz como un océano repleto de aletas. A los catorce ya tenía claro que el único sitio donde deseaba estar, era el mar. Cuando llegara el momento, elegiría biología marina. Años más tarde, empecé a entender que las circunstancias no estaban de mi parte, Valencia quedaba lejos para estudiar esa carrera, y los medios de los que disponía eran insuficientes, mi sueño se difuminaba y se acercaba el día en que tenía que elegir un futuro en Madrid. Por aquel entonces, irónicamente, mi futuro era lo que menos me importaba. A mis dieciséis, vivía cada día por volver a ver al amor, el mismo que años más tarde dejó paso al resto, pero todo mereció la pena, en ese instante mi presente se podía leer en sus manos, tenía razones para quedarme. 

Ver despertar a quien amas, también es cumplir un sueño.

Siempre estuve muy cerca de la tecnología, nací en la época que ya predijo Einstein y conviví con ello hasta decidir que era eso lo que quería en mi día a día. 

¿Pude pensar eso con diecisiete años? Con veintidós me lo pregunto.

La existencia nos engaña,
cada vez tengo más claro
que el mundo ha sido creado
para dejar de creer en él.

Cuando necesitas tomar decisiones importantes, una parte de ti escucha atentamente esos consejos de corazón que sólo recogen palabras que proceden de la cabeza: "estudia algo que tenga salidas, algo que te permita vivir", "¿Biología marina? ¿Y dónde vas a trabajar? ¿En un zoo?" Entre tanto racionalismo se colaba algún: "estudia algo que de verdad ames, algo a lo que quieras dedicar tu vida, tu futuro está en ti, lo importante no es encontrar la salida, sino vislumbrar la entrada." Pero, ¿cómo saber lo que amas a una edad tan temprana? El secreto de eso lo aprendes cuando has dejado de amar y has superado esa edad.

Te detienes y escuchas todo tipo de opiniones, piensas con el corazón, sientes con la cabeza, algo te ata en Madrid y todo merece la pena si te quedas. No puedes irte, Alejandra, la informática te llama la atención, venga, escoge una carrera, y atenta que ya empieza.

De mis años académicos no hay mucho que destacar, exceptuando las personas que me llevo de ellos. El tren del mundo laboral llegó demasiado pronto, pienso. Un trabajo de lo "tuyo", con veintidós, que te permitirá ahorrar para ese máster, un sustento para independizarte, un chute de primeros pasos que te llevan a ese futuro, tu más invisible presente.

El ciclo vital, ese círculo donde te sueltan al principio, te voltean hasta llegar a la desorientación, y ahí, en ese preciso momento en el que ya eres una rueda más que hace girar este sistema, es cuando la sociedad actúa y te sigue engañando con esto de la vida.

Publicidad que esconde
latidos programados,
relojes con rutinas prediseñadas,
horarios donde tener la mente ocupada,
no pienses,
no sientas,
no mires,
no actúes,
no temas,

aquí estás a salvo,
ésa es tu sala de espera,
en breve le atenderemos para que nos cuente sus sueños,
se los extirparemos todos con cuidado,
como toda operación, tiene un riesgo,
y puede que alguno quede vivo.
Trabajaremos con cautela para evitar tal hecho,
somos profesionales,
llevamos trabajando en esto desde el origen de los tiempos.

Cada día, el despertador suena a las 06:30h de la mañana. A las 07:10h la M-40 me espera repleta de cuerpos igual de programados, algunos acaban de salir del postoperatorio y conducen resentidos. Otros, se percatan, a pesar del dolor, de que todavía sienten algún sueño vivo. Sonríen. Conduzco, escucho el silencio de ese habitáculo que tan bien me conoce. Huele a lluvia, todavía hay esperanza. Aparco, entro, camino, me siento. Café, código, ventana, agua, pasillo, hora de comer. Café, código, ventana, agua, casa. A las 20:00h llego, a veces antes, y a las 20:30h empleo la última sinapsis para quitarme de una vez esa losa que llevo arrastrando durante años. 

La atención ha desaparecido por completo, la motivación de mejorar una aplicación que mueve más de dos billones de euros al año va desapareciendo. Mi mundo laboral es increíble, desde mis compañeros, hasta mis responsables en el cliente, pasando por el eslabón de la consultora que me ofreció el puesto, pero yo estoy dejando de sentirme, tenéis que saberlo. Poco a poco, estoy migrando a otro continente de mi contenido vital, mi pecho cada vez me grita más fuerte que necesita salir, mi cabeza me avisa cada noche de que mañana será todo así, mi espalda, mis músculos, mi sustancia gris, mis neuronas, mi sangre, todo cada vez está más débil y mi corazón me dice que no es de vivir.

Cuando necesitas desconectar de tu día, algo falla.
Cuando ya no lees tanto, cuando retienes menos aire en los pulmones, cuando sientes que estás desaprendiendo lo imprescindible, cuando tienes más sueño y menos sueños, algo falla.

Era sábado, se acercaba el verano, quedaban dos exámenes y necesitaba aprobar. Me senté en mi silla y pensé en cambiar de vida. Eché de menos la poesía, eché de menos lo de verdad, eché de menos el tiempo, la infancia, sentirme bien, eché de menos mirar un espejo y reconocer, sentir el aura, lloré y me eché de menos. 

Por un momento pensé en cambiar de vida, 
pero sonó el despertador, 
ya eran las 06:30h,
y comenzaba de nuevo 
el último día.

sábado, 11 de abril de 2015

El mejor momento del día

Suena el despertador. Diez minutos siempre es poco hasta que descubres que nada nunca es suficiente. "Un lunes cualquiera", me digo.

Desde las seis de la mañana, cuando despiertas y te piensas salir de la cama exactamente dos grados, hasta que lo haces. Convencida de que hoy será un gran día normal, empiezan a volar luciérnagas por tu cabeza que te recuerdan a los destellos de una hoguera de San Juan en una noche de verano, cuando eras más joven todavía y jugabas a pedir deseos echando llamaradas al fuego. Desde la inocencia de quien sabe que en diciembre nunca hay sol, hasta la certeza del que entiende que siempre queda luz en el interior. Desde que suena tu canción favorita diez segundos antes de encontrar aparcamiento en pleno centro a hora punta, hasta que haces un inciso en un texto y recuerdas que hay canciones que merecen que siempre lleguemos cinco minutos tarde. Qué suerte.
Nada extraordinario podía pasar en este lunes azuloscuro, aquí la gente siempre viste igual: traje enfundado, bufanda de marca y paraguas en mano. Bendito verano, ¿por qué te marcharías? En el ascensor hay dos mujeres que comentan la jugada del nuevo que no ha hecho más que pifiarla desde que se ha sentado por la mañana. "Y para colmo, llega tarde y tarareando, qué huevos", murmuran.

Desde que me tomo el primer café y decido que mañana compraré ese té de vainilla que Javier me presenta los sábados, hasta utilizar mi taza de Superhéroes y hacer de este puesto que tanto comparte conmigo algo mío. Desde que recuerdo la última vez que soñé que volvía a perderla de nuevo, hasta entender que nos vamos hasta en sueños. Desde que empiezas a vivir la vida mental paralela, hasta que la realidad personificada te avisa de que estás desviando la mirada. Desde su boca, hasta su cuello, pasando por la última vez que te eché, y no fue de menos. Una risa al fondo del pasillo que termina en vacío, se cuela dentro de mis cascos y hace que escriba de nuevo la misma palabra con -h. Me ha cogido manía por querer hacerla muda, no me lo tengas en cuenta, sustantivo de turno, estamos a lunes y todavía no he tenido tiempo de poner ese solo de piano que hace invisible al resto.
Tiempo, tiempo, tiempo, relojes de arena repletos de mar. Un tiburón nada entre el óvalo de cristal con forma de infinito, esquivando las virutas de los segundos, intentando no colarse en el estrecho pozo que le lleva a regresar de nuevo a esquivar. 
Concéntrate, ser humano que habita este cuerpo, sólo estás a lunes.
Trabajar para producir, producir para consumir lo producido, ahorrar en tiempo de producción para tener más tiempo de consumición y que sigan produciendo. El ciclo mortal de la vana existencia. Espera, que está sonando Izal, ¡qué viva la vida! "Qué bien que te pusiste en medio. Y qué manera de perder las formas, y qué forma de perder las maneras. Ya nada importa, el mundo ya se acaba, no quedará nada, ¡disfrutemos de la última cena!"
Ya es la hora. Ocho de la tarde, "hasta mañana" -le digo a una sala que se apaga esperando que mañana entre alguien tarareando su canción favorita. Palpito hasta el ascensor, piso 1: "Ascensor bajando. Lift is going down. Planta 1. First floor".
Desde los diez minutos caminando, hasta encontrar el Delorean que algún día tendré. Desde que conecto el modo aleatorio, hasta que sale la melodía que lleva tu nombre. Desde que diviso un eclipse, hasta que llego a mi Sol. Desde que suena, diez segundos antes de encontrar aparcamiento en pleno centro a las tantas de la noche, hasta saber que he llegado al número treinta y ocho.

Cualquiera de esos podría ser el mejor momento del día, pero hay presencias que merecen que dejes a tu canción favorita con la palabra en la boca.
Ésta es mi certeza: no hay mayor suerte que verte.