como
si no te costara estirar los segundos que me separan de ti.
Me tiras de mi rutina
y me enganchas
setenta y dos horas seguidas a tu casi día a día.
Te dejo puesta en mis cascos justo
antes de verte después de otra primera vez.
Te veo.
Me lees.
Te escondes y me muerdo el labio por
saber
que esa noche volveré a descarrilar en tu piel.
Me subo a tu coche y te subes conmigo
por el lado que hace esquina con el después.
Te miro de nuevo.
Te siento conmigo
y me recoges la mano para dejarla reposando en tus ganas
de volver a tu ayer.
Descanso la sonrisa por un rato,
pero
enseguida me veo inclinándola otra vez.
Me pones la música y me bailas,
como
lo hace el viento cuando arrastra las hojas
que han durado tres
estaciones sin caer.
Me vuelves a sonreír y me creo morir
de vida
justo cinco minutos antes de llegar a tocarte.
Olvidas al tiempo en tan solo segundos
y deshaces el nido donde te voy a hacer.
Amor, llevo tanto tiempo sin mirarte sin prisas,
que creo que se me ha olvidado por dónde comenzarte
a oler.
Qué difícil puede ser volver a besarte y aprender a taparte después.
Pero contigo, todo es igual de fácil
que la primera vez.
Eres mi equipo.
Mi tren sin destino adónde, pero sí a
quien.
Mi marcapasos desmarcado del camino.
Mi sin prisa, pero en tus pausas.
Mi oírte, verte y callarte.
Mi “corre, ve y dile” que pronto
seremos de nuevo.
Mi antes y mi ahora.
Eres mi
presente, pero no mi constante.
Mi excusa perfecta cuando no necesito
encubrirme.
Mi suspenso de septiembre.
Mi asignatura pendiente.
Eres mi
verano con resaca de primavera,
y hoy estoy hasta el cuello de tu ausencia.
Todo lo que digas puede ser utilizado para encontrarte,
así que cuidado,
que siempre va a
haber próxima vez si se trata de ti.
Siempre contigo va a existir un
mañana
hasta que tú decidas dejar de volver.
Ya te lo he dicho en twitter, también aquí, y donde haga falta, sublime, enorme. Gracias por engancharme a tus palabras
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